«Génesis»: así sucedió

La Biblia es falaz. La historia no es como nos la han contado. El hombre no es producto de un plan divino, ni nada parecido. El hombre es fruto de una serie de casualidades o, más bien, consecuencia de una cadena de errores. Esta es la verdad:

Un ocho de marzo, de hace catorce billones de años, la Diosa del universo número siete se fue de party (primer error) con sus amigas de los otros nueve universos paralelos. Porque en el multiverso solo había Diosas, las mujeres se reproducían por esporas. Cada universo era,  por tanto, la creación divina del género femenino. La Diosa número siete se acercó toda cachonda a la Diosa número tres. Había mucha química entre ellas, y no me refiero solo a las sustancias que ingerían. Pero aquel día la Diosa número tres padecía dolor de cabeza, y además no estaba de humor, porque había ido el día anterior a la peluquería, donde en vez de hacerle un moño y dejarle peludo el entrecejo y pelos en el bigote, -como ella había pedido-, la tiñeron de rubia, le depilaron el lanugo, le pusieron pestañas postizas y le inyectaron botox. O sea, todo un desastre estético, porque en lugar de salir con el look de Frida Kahlo salió con la imagen de una muñeca de plástico. La Diosa número siete renunció al cunilíngulis que le había prometido la tres, regresó a casa, consultó la página de Amazon (segundo error) y encargó un R2D2-C3PO, un robot consolador de última generación, con el que venía de regalo una botella de cava. Oye, aquello era magnífico… la succión en la velocidad 3,1416 le había puesto los ojos bizcos. Pero como lo que había comprado era una imitación china la batería le explotó dentro del coño dejando la vagina en carne viva, tan viva que se abría y se cerraba dolorosísimamente como la concha de una almeja. No os digo más, pero la Diosa tuvo que inyectarse el cava en vena a modo de anestesia (tercer error). Decepcionada con su R2D2-C3PO, la número siete dijo: «A tomar por culto» o «A tomar por el higo», algo así, porque las Diosas eran cultas y refinadas y no soltaban palabrotas. Así que para desahogarse hizo lo único que podía hacer: crear un nuevo universo, el número once, el nuestro. En el «principio» la Diosa creó los cielos y la tierra. Y la tierra estaba «desordenada» y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de la Diosa se movía sobre la faz de las aguas. De repente sus pezones se irguieron, se encendieron como luciérnagas y se hizo LA LUZ. Y vio la Diosa que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas, diferenciando la Noche del Día. Esto sucedió en el primer día. Y dijo la Diosa: «Haya un firmamento en medio de las aguas y separe aquel las aguas de las aguas». Para conseguirlo meó para abajo, meó para arriba -tenía esa habilidad de contorsionista-, hasta aislar un cacho de firmamento al que llamó «CIELOS». Esto ocurrió en el segundo día. Lo siguiente fue crear «lo seco» a lo que llamó TIERRA, que hizo a su imagen y semejanza.

Así que nuestro mundo, pese a quien le pese, es el cuerpo de una Diosa. La número siete esculpió las montañas con la forma de sus tetas e hizo valles, tan fértiles como su útero, por los que hizo correr ríos de flujo vaginal. Esto lo creó en los días tercero y cuarto. Los días sucesivos, según iba creciendo su excitación sexual y el cava se le subía más y más a la cabeza, desarrolló una creación salvaje y peligrosa. De su vagina comenzaron a brotar raíces, ramas, hojas y después árboles enteros. Con su vello púbico hizo los bosques y las selvas y con su sangre menstrual el magma del interior de la tierra. Después de esto continuó el derroche de sensualidad creadora. Con un golpe de melena creó a los animales, con un meneo de cadera a las mujeres y con un movimiento de nalgas los centros comerciales… y todo ello al mismo tiempo, sin despeinarse, pues ya se sabe que el género femenino puede hacer tres o cuatro cosas a la vez. Habían pasado seis días desde el inicio de la creación y la Diosa decidió que era hora de descansar, de todo. De la excitación sexual, de la efusividad creadora y de los efectos del vino (¿o había tomado cava? No lo podía precisar…). El séptimo día, antes de echarse un sueñecito se fumó un puro habano, chavista y bolivariano y después se fue a plantar un pino (cuarto error). Creedme si os digo que la Diosa habría interrumpido el placer de la cagada si hubiera sabido lo que sucedería a continuación. Y lo que sucedió fue una inoportuna tos (quinto error). Sí, la Diosa tosió. Y al hacerlo se le escapó un pedo, uno finísimo y ligero, tan veloz que iba cortando el viento  mientras, con su olor,  mataba a todo bicho viviente surgido de la creación. Pero eso no fue lo peor. Porque junto con el pedo había salido una espora que cayó a los pies de la Diosa. La espora, aunque diminuta, era lo suficientemente grande a los ojos de la número siete. La Diosa se echó las manos a la cabeza. Aquello era una cagada, en el sentido literal y figurado de la palabra. Y se puso a llorar, y con sus lágrimas saladas creó, ya sin intención alguna, los MARES. En verdad, la situación era triste. De aquella ventosidad, acompañada de una espora con una mutación genética (quién sabe si por el puto aparato chino, el vino o la combinación de ambas cosas. ¿A quién diablos le importa?) había nacido el hombre. Sí, querido lector. El hombre es el fruto del pedo desviado de una Diosa con melopea. Lamentable. La pobre número siete sabía por universos anteriores, ya extinguidos, lo que eso significaba. Aquello era el fin del mundo. La hecatombe. Con la aparición del hombre nacería la egolatría y surgirían las conductas violentas, agresivas y competitivas; surgiría el deseo de controlar, de poseer, el deseo de conquista; surgirían las guerras, los toros y el fútbol. Surgirian líderes con ideologías excluyentes, fundamentadas en el miedo, en el odio, en el enemigo o la nacionalidad. Tras un momento de reflexión la Diosa se recompuso. Al fin y al cabo ya no había vuelta atrás. Así que decidió ver el lado bueno de las cosas. Ya no tendría que echar mano de un robot consolador cuando su novia la rechazara, puesto que los hombres estaban dispuestos a tener sexo a todas horas.

¡Feliz día de los Santos Inocentes!